domingo, 20 de enero de 2013

Viajar .

Cada viaje es un aprendizaje, siempre lo dije. Y este último no fue la excepción, todo lo contrario. Creo que aprendí muchas cosas. Muchas cosas de mi familia, muchas cosas de la gente, de la convivencia, del lugar, pero por sobre todas las cosas, aprendí mucho sobre mí. Sobre mi soberbia y sobre mi visión sobre las personas del interior. Sobre aprender a mirar un poco más con los ojos del corazón. Sobre saber dejar caer la imagen que siempre mostramos y ser nosotros mismos. Aprendí lo suelta que puedo ser aunque no conozca a nadie, y aprendí que podés apreciar gente en solo minutos. Aunque no se vista como vos, aunque no hable como vos, aunque no sea ni un 2% de lo canchero que sos vos. Descubrí que podés hablar desde la soberbia del porteño y sin embargo recibir una respuesta con mucha buena onda y educación. Descubrí que la humildad y la sencillez pueden ser mucho mejor que el bar más careta de Recoleta. Aprendí, aprendí a escuchar y a escucharme, a hablar sin piedad sobre algunos temas, a mostrarme como soy sin tener miedo del feedback. Me enseñaron que los amigos son geniales pero que la familia está primero, y que el odio a veces es la máxima expresión del amor en alguien que no sabe cómo mostrarlo. Me sorprendí al recibir respuestas humildes a mis soberbios ataques. Me encontré en un mundo totalmente nuevo y encantador. Qué extraño y qué genial a la vez. Que recuerden tu nombre cuando solo te vieron una sola vez, que recuerden lo que cantaste y te pidan que lo hagas una vez más. Que te digan que sos menor y no podés estar ahí adentro, también que te digan que sos la persona más odiada del boliche. Estoy realmente sorprendida por la calidez humana de los lugareños, me sacó completamente de mi eje el hecho de agredir y no ser agredida. Nunca me había pasado. Bardear aunque sea en chiste, y recibir una respuesta tan contundente. "Y sí, acá la vida es así". Hasta los quise sobrar preguntando si tenían colegios, y me mostraron que al final las mejores lecciones, no son las que están en los libros. Ni en los pizarrones. Aprendí que puede haber gente que le pone toda la onda y sin embargo no es feliz con lo que hace, pero aún así se muestra con una sonrisa y te la sube todo el rato. Aprendí, sin dudas, que el interior de una persona vale dos mil veces más que su imagen, y espero que esto me sirva también para trabajar sobre mí. No hay recetas ni etiquetas que te hagan sentir diferente. Y es la misma buena onda cuando estás producida y ebria en el boliche, que cuando sos un estropajo en la playa. Me llevo los mejores recuerdos, las lágrimas que dejé cuando subí al micro, y realmente espero volver algún día. Mientras tanto, vuelvo a mis quehaceres laborales y de secuestros. Gracias un millón de veces, tengo mi propia cruz del sur, y son ustedes.


Que nos volvamos a ver .

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