[Texto sin edición, escrito el 24 de febrero de 2011]
Mis queridos interplanetarios, necesito que vengan por mí, no quiero ser reiterativa pero… ya no puedo esperar más. De todos modos pienso que de a poco me van preparando, y es que así siento que sucede. Las cosas no se están dando de manera sencilla, pero sí de manera certera. Poco a poco empiezo a ver con algo de claridad quiénes son los que me rodean, y qué sienten por mí. Es claro, además, que antes no era el momento, cómo podría emprender semejante viaje sin antes decir cosas que verdaderamente pienso, cosas que siempre callo porque me educaron así.
No podía haber sido el momento hace cuatro años, cuando me quemaba la mente con frases del tipo detesto ser quién soy, y me hacían llorar otras entre las que puedo citar “tus sueños, que un día se durmieron”, y tantas situaciones en las que manifestaba mi teórico autismo tales como encerrarme en dibujos que solo yo entendía, a saber, helados, jeringas, alguna que otra palabra, tijeras y distintos elementos cortantes y flechas hacia todas las direcciones. Pasé algo así como dos años o un poco más, con esos dibujos y frases, colores muy llamativos porque así me gustan a mí. Ya no quería hablar con nadie, que nadie se me acercara a hablar sobre mi situación, mucho menos hacerme preguntas o abrazarme, hubiera muerto asfixiada. Pero luego de todo ese gran desastre vino un tiempo un tanto mejor, durante el cual mantuve mi cerebro ocupado en ser una buena estudiante y tener una vida amorosa respetable. Me pregunto, sin embargo, si todo eso era real, entiéndase, por ejemplo que hoy es martes mientras todos creen que es jueves, y así también vivo yo, porque uno es mascota del sistema.
Un tiempo después de plantearme algunas situaciones, llegó el tema que llega siempre, la autolesión. Si usted, tiene una visión mediocre acerca de este tema, favor de abandonar la página y regresar otro día. Como decía, entonces, empecé a pensar en todo este tema y los problemas que trajo aparejados. Nunca me voy a cansar de decir que, quien no lo vive, no es capaz de entenderlo, fue por eso que no quise hablarlo con quien dijo ser un profesional en aquel entonces. Menos aún con mis padres, era sabido que no lo iban a entender por lo que consideré que era malgastar el tiempo. Mis amigas lo sabían y mucho no les gustaba, de hecho cuando llegué a un punto extremo hablaron conmigo, yo lloraba por dentro, pero les dije que tenían razón y hablamos de otra cosa, como suelo hacer cuando hay que hablar de mis problemas. Sí me voy a quedar con el gesto de algunas personas, por haberlo entendido y sobre todo por no haberme juzgado. Recuerdo con gran precisión una frase: “si lo sentís hacelo, pero pensá por qué lo hacés”. Esa era la clave, sin dudas. Y es que uno recurre a esto para no pensar en aquello que tanto lo aqueja. A decir verdad, puede sonar sumamente mediocre, pero estoy orgullosa de haber pasado por eso, y hoy justamente pude volver a saber por qué lo hacía. Porque siempre que a uno le preguntan, qué se yo, para mí es difícil hablar el tema, y más aún aconsejar desde el punto de vista de que pasé por eso varios años de mi vida y no encuentro un punto negativo o trágico como para decirle a alguien que no lo haga, aunque, por supuesto, tampoco le diría a alguien que acceda a ello.
Pero hoy supe, o mejor dicho, hoy recordé por qué eran tan necesarias las llamadas sesiones de dolor. Es esa paz, esa calma que viene como si fuera de la nada luego de una situación demasiado nerviosa, es la calma después del huracán. Es una tranquilidad que no podría ser generada por otro mecanismo, o al menos yo lo veo así, y se siente muy bien, qué quieren que les diga, sé que a quienes no lo hayan vivido les parece horroroso pero pido entonces tolerancia, porque es algo inexplicable. Estás al borde de un colapso mental, con todo el estrés que acompaña a situaciones sentimentales que vienen aguantando adentro desde hace mucho y necesitan desbordar, es consecuencia de sentirse humillado y para nada respetado por mucho tiempo, es necesario aprender a decir acá estoy, pero eso no siempre trae la calma, sobre todo si dialogás con alguien cuya terquedad debería ser tratada, o peor aún, alguien que está en su peor momento –desde hace varios años- y pretende hacer creer a los demás e incluso a sí mismo que es lo mejor, y que está en la gloria. De nada sirve mentirse a uno mismo, dice algún tema por ahí.
En fin, solo quería decir eso, aunque terminó siendo lo que en la revista en la cual trabajo sería una nota de una página, cinco mil caracteres como dicen ellos, porque esa es su unidad de medición, y yo no la discuto. Paz, calma, tranquilidad… como nunca pensé que la iba a sentir hoy. Al fin y al cabo no sé si es tan malo que siempre tenga a mano una hojita con filo, siempre me planteé que esa era una clara demostración de que no lo había superado, dado que si no la tengo siento que no puedo salir, pero bueno, meritorio de mi parte, no está tan mal la vida que llevo. Eso sí, últimamente me preocupa de sobre manera saber que nunca he llorado de felicidad, y es que yo creo que eso no existe, al menos para mí, Vuestra Merced, solo existe estar contento o no estarlo, de lo que luego derivan distintos estados como el neutro, la tristeza, etc.
Justamente ahora recuerdo, que hoy desperté con una energía especial, y pasé varios minutos riendo frente al espejo mientras me observaba, creo que de a poco me voy descubriendo, no sé cómo explicarlo pero me vi de una manera de la que jamás me había visto, probablemente porque pasé la mayor parte de mis años sin mirarme al espejo o solo controlando el vestuario, el peinado y el maquillaje. Vamos, esa sonrisa le gana a cualquier rimmel, rouge, o cosa parecida.
Gracias, gracias por estar siempre ahí dentro de mí empujándome a seguir, levantándome si caigo, viendo luz aún si muere el sol.
[Texto sin edición, escrito el 24 de febrero de 2011]
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