miércoles, 6 de octubre de 2010

Inactivo.

Hoy fue uno de esos días en los que no terminé de entender dónde estaba, aunque ya es moneda corriente. Primero el viaje en colectivo con el nauseabundo olor y toda esa gente amontonada, qué bueno que alguien haya inventado las ventanillas y los dispositivos de música portátiles, rápidamente pude escapar. Después llegué, subí, y no hubo tiempo para el tabaco matutino, pero esta vez la demora no había sido mi culpa. La de Mora, como rezan varios graffos en la Ciudad. Fue uno de esos días en los que me duermo sentada sin darme cuenta, y el desdoblamiento astral se produce a una velocidad increíble, aunque inconscientemente. Luego bajé un piso para ir al aula del práctico, con mis compañeros de grupo que se suponía que hoy exponíamos un trabajo práctico que terminó por parecerse más a una conferencia de prensa acerca de consideraciones personales. Y eso estuvo bueno, aunque ahora me está afectando el pánico escénico, cosa que antes jamás hubiera podido entrar en mi vida, pude expresarme con claridad y exteriorizar mi teoría acerca de la subjetividad, los puntos de vista y las no vivencias de los relatos. Claro, tengo que ir ensayando para cuando hable sobre mi libro, pero eso va a ser mejor porque va a estar escrito por mí y entonces no tendré que ponerme detrás del cristal de un tercero, cuarto o decimoquinto sujeto que está cargando con sus experiencias anteriores  una narración. Muy bien, muy bien. Horas más tarde en el ascensor del edificio donde trabajo, me encontré con una señora que me hizo pensar todavía más en la situación del país, la pobreza y por sobretodo la dignidad, creo que me abrió un poco el corazón hasta que subí al sexto piso, me encontré con José, mi jefe, que estaba de excelente humor como siempre y nos pusimos a discriminar gente, además de que me dijo que le recuerdo a una modelo cuyo nombre no diré. No problem, como dice él... Creo que estoy feliz por formar parte de ese equipo.

Treinta y cuatro millones.

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