No hay cuelgue superior al de los días martes. Fue una meditación fructífera y muy profunda, por primera vez con los ojos abiertos. Mirando, sin mirar como siempre, los sentidos nos distraen mucho, a veces demasiado, pero debo reconocer que son indispensables. Hubiera sido una entrada considerable, pero no fue. Si yo tuviera ruedas... sería un carrito. Como todas las cosas de esta existencia, nada es casual. Los martes son claves en mi vida, pese a que me llevó varios años y una canción poder darme cuenta, tarde pero seguro, así dicen. No tengo recuerdo de cuál fue el primer martes a considerar, quizás hayan sido todos, pero tampoco podría averiguarlo. Llegué acá un jueves, con catorce días de anticipación pero eso tampoco fue casual, porque a mí me correspondía el siete, y no el veintiuno. Por eso el color magenta, por eso esa necesidad de autoliberarme, por eso esas infinitas ganas de sentir que no hay fronteras... Tantas cosas.
Este viaje finalizará un martes, lo cual es menos casual aún y me llevó a comprender que probablemente mi próximo destino no sea el que yo pensaba, tal vez porque no estoy preparada para eso, o no, debe ser como todo, es que eso no es para mí. Martes es el día de Marte, y Marte es guerra, pero no toda guerra es negativa. En el planeta Marte los habitantes -si usted mi lector no cree que haya vida absténgase de leer estas palabras o, en su defecto, abra su mente- visten como guerreros, escudos, protección, todo de color bronce. Ahora ansío profundamente ese martes, el día del nuevo viaje, porque sé que será un destino mejor.
Volviendo al incio de este, mi actual viaje, lamentablemente no tengo recuerdos que me permitan saber de dónde vengo, aunque tengo una leve intuición. Cierta vez me preguntaron si había nacido prematura, por varios problemas de salud que aquejaron a mi cuerpo, y que aún siguen presentes. Es cierto, me arrancaron verde, dirían en el barrio, pero no fue en vano, ni mucho menos -de nuevo- casualidad. Tampoco es casual mi afición al color magenta y el desequilibrio que el mismo genera en mí. No es una mera coincidencia mi fortaleza, porque reconocerse débil es ser fuerte, perdonar y mirar hacia adelante es ser fuerte, olvidar, seguir, levantarse cada día aún cuando las ganas de irse parezcan infinitas es ser fuerte. Soy fuerte porque tengo la capacidad de adaptarme a situaciones nuevas, aún con el miedo que esto me genera al principio, soy fuerte porque me reconozco sensible, y porque nunca abandonaría una causa justa. Todo esto tiene que ver con el día en el que nací, mi parto estaba planeado para el 21 de septiembre de 1989, pero a mí me sacaron el 7 de septiembre de ese año, mire usted cómo serían las cosas que yo, siendo una criatura apenas, estaba sentada, tranquila, porque en teoría mi posición iba a cambiar en los días siguientes, cuando según los cálculos médicos y naturales era el día que correspondía y al parecer la impuntualidad ya venía desde entonces, nada de andar a las corridas. El número siete es la victoria, son las infinitas ansias que siento de llevar una vida ascendente, así como me gustaría estar en un planeta y con una humanidad de esas características. En este número se encuentra el esfuerzo del alma, aún con todos mis defectos y tropiezos, y eso que mi madre Kudhalini está siempre ahí y yo muchas veces me olvido de pedirle eso que tanto necesito, el aniquilar las raíces que alimentan al árbol de mi Ego. Es el número de la acción y de la imagen, más claro? Imposible. El número siete es respuesta y resultado, vaya necesidad que tengo de encontrarle una resolución a todo, una respuesta, esa necesidad interminable de entender las cosas, por más inentendibles que se presenten. Entiendo ahora por qué a mí me sacaron dos semanas antes del día indicado, así como ayer por la noche pude entender esa fiebre que me agarraba cuando tenía entre tres y ocho años, esa fiebre que venía sin motivo aparente, sin explicación. Esa fiebre no era por un resfrío o una enfermedad que se aproximaba, y esa sensación que los demás consideraban delirio, y que yo siendo una criatura podía describir con conceptos que se reducían a un chicle rosa pegado en una gran rueda de tractor y parte de mi pelo adherido ahí, eso que todos creían que era un delirio producto de mi estado volví a sentirlo ayer con la fortaleza que desde hacía muchos años no sentía. Esa inexplicable sensación no es sino el placer que siente el alma de saber que se va saliendo del cuerpo físico, eso que parece que el cuerpo se me infla como una piñata y el fuerte mareo que trae aparejado... Siento que en este último tiempo he descubierto muchas cosas, que no son nuevas teorías ni cosas que vayan a cambiar el mundo, pero cuidado, porque cambian mi mundo, y es muy placentero sentir que me voy autodescubriendo de a poco...
En un apartado no quiero dejar de mencionar que hoy fue una de mis mejores meditaciones, lejos, por primera vez en posición oriental y eso me hace sentir mejor aún. Antes de esto, me plantée que probablñemente en este mundo haya más hormigas que personas, pero que de todos modos nunca lo sabremos porque, al parecer, nadie va por la vida censando hormigas. Y ya lo dije en un texto anterior, son muy poderosas. Atentos.
Que sea la última vez que me dan una nota de tres párrafos y nueve recuadros, eh.
No hay comentarios:
Publicar un comentario