Un fracaso no siempre es perder dicen las pastillas, así como tampoco la vida es todo ganar. Llega el momento entonces, luego de varias entradas colgadas y las más recientes cargadas de optimismo, de mostrar otra realidad, ni mejor, ni peor, pero sí distinta. A decir verdad, creo que la considero peor, pero prefiero no juzgarla porque entiendo que es parte de todo este proceso. Como decía entonces, venía hasta hoy reflexionando con mucha calma acerca de situaciones de todos los días, y en la más reciente muy feliz gracias a la interpretación de un sueño. No puedo dejar de lado, sin embargo, un sentimiento que me aqueja desde hace ya bastante tiempo. Lo manifesté de manera muy pequeña y a modo de frase colgada aquel día en el que tan solo hice referencia a que quería irme.
Cuando era chica, quería irme de los campamentos, no me gustaba quedarme ahí entre toda esa gente que no me generaba la mayor confianza, no quería quedarme allá, lejos de mi familia, mi casa y mis cosas. Soy muy costumbrista, creo que es por eso que después de cierto tiempo puedo adaptarme con facilidad a las situaciones. Esto de querer irme es, entonces, una especie de trastorno o no sé cómo definirlo, pero creo que esa palabra es bastante figurativa. Solía desesperarme por pensar “me quiero ir” y que no me den el gusto. En un cumpleaños, en una casa ajena, en un lugar salido de la rutina… en los campamentos. Siempre encontraba la solución y me iba, en este ejemplo de los campamentos me iba a buscar mi papá, que se esperaba un poco esta cuestión.
Ya de más grande, no se venía manifestando muy a menudo, pero cada vez que se manifestaba era más intensa. Entiéndase, por ejemplo, que me pasaba dentro de un boliche, y no era solo esa sensación de pensar que me quería ir y me iba, porque en definitiva se solucionaba tan solo con acercarme a la puerta y retirarme. Esta vez ese pensamiento venía acompañado de una angustia muy grande, una sensación de ahogo indescriptible, esa falta de aire que suelo sentir cuando me desespero, ese mareo y esas piernas flojas que me piden a gritos que me vaya de ahí o que me siente, porque al parecer mi cuerpo está a punto de desvanecerse. Por eso le digo trastorno, convengamos que no es algo que le pase a la mayoría de las personas y en mí se manifiesta cada vez más seguido. El año pasado, año par por cierto y por esa razón bastante malo, me había pasado esto de manera bastante fuerte una vez allá por septiembre u octubre si mal no recuerdo, ocasión en la que una amiga se retiró conmigo del boliche, y volví a sentirla en navidad, y esta vez sí que fue fuerte. No sé si fue porque estaba en un estado particular, aunque lo dudo, porque sobria también me pasa, pero fue verdaderamente horrible. Recuerdo haber cruzado a un amigo y decirle “me quiero ir de acá” mientras él me hablaba, fueron todas las palabras que pude esbozar. Era un lugar abierto, así que descarto toda especie de claustrofobia en este caso, pero la cuestión es que ese pensamiento torturaba mi cabeza.
Hasta ahí no venimos tan mal, es cuestión de pensar esa frase y ver la manera de irme. Ahora bien, últimamente, no siento esa frase respecto a irme de un lugar específico como podría ser el boliche, mi casa o la casa de otra persona, sino que me pasa en la generalidad del mundo. Yo estoy esperando que me vengan a buscar y sé que todavía tengo que esperar, esa razón es la que me hace andar pero es también esa razón la que me hace sentir tan angustiada y llorar todos los días. Pueden pasar horas sin que me de cuenta que estoy sentada afuera, fumando un pucho por los nervios mientras mis lágrimas caen lentamente por las mejillas y yo miro al cielo implorando que me vengan a buscar, diciendo una y otra vez que me quiero ir.
Es llorar, es no poder respirar, es la desesperación más grande que pueda sentir una persona. Es sentir que no hay salidas, al menos no hay salidas que dependan de uno mismo. Es el ahogo, la insatisfacción de pensar que puedo sentir aprecio por muchas personas pero que sin embargo necesito irme de este lugar, es pensar que todavía me quedan muchas cosas más para compartir y aún así pensar que no quiero estar acá, es morirse en vida, es no poder encontrar la calma, el equilibrio. Es llorar con la desesperación de una criatura de dos años, pero con el desconsuelo de un grande, con la desilusión del que ya ha vivido solo un poco más y no puede ver la luz. Es sentirse solo incluso estando rodeado por miles de personas, es sentir que nadie lo entendería, es pensar que estás al borde de la locura o dentro de ella, es intentar encontrar un pensamiento que nos transmita paz y no poder encontrarlo, es intentar pedirle ayuda a la Madre Kudhalini y que solo nos salga pedir que nos vengan a buscar. Es caer, es no poder abrir los ojos, es no querer estar con nadie y a la vez necesitar un abrazo que nos llene en el alma, es también darse cuenta de que ese abrazo no está a nuestro alcance y ahí, una vez más y hasta que el cuerpo decida irse a dormir, es pensar me quiero ir.
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