Para comentarios optimistas favor de dirigirse a la sección Enero, la entrada inflamable es mi otra cara.
lunes, 21 de febrero de 2011
No disponible .
Es una dicotomía tan grande como el desorden que tengo en mi cabeza. Dos mil once, acá estás, tirame un centro, dale. Te ponderé durante todo un año, dije que te esperaba con ansias, que te necesitaba, que ibas a ser genial, y sin embargo... acá estamos. Podría ahora analizar el dos mil diez, fue sumamente interesante, pero creo que eso lo haré en terapia, cuando analice el dos mil seis y el dos mil ocho, dado que son los años de mayor relevancia negativa en mi vida. En el dos mil diez conseguí trabajo, eso fue muy positivo, y lo otro positivo es que aprendí muchas cosas, por el contrario, no estoy del todo de acuerdo con la metodología de aprendizaje. A ver, es cierto, no conozco el escarmiento, pero eso no quiere decir que tenga que aprender a los topetazos. Sonrío si miro hacia atrás por algunas cagadas que me mandé, por otras me quiero matar, pero a decir verdad por la mayoría sonrío porque no estuve sola en ese momento, y entonces no era yo la única mandándose cagadas. Puedo destacar el viaje a dedo, los varios viajes en tren fumando y escuchando música del palo, los estados particulares, las reuniones con amigas, las fotos, las teorías, y mostrarme diferente. Empecé a recibir palos allá por mayo cuando empecé a trabajar y veía que el tiempo no me alcanzaba y algunas personas que me rodeaban no eran capaces de comprender mi situación. Primero una cosa, luego la otra, y se fue abriendo un espacio para dar lugar a una de las cosas más increíbles de mi vida, oh sí, gran dilema, hubiese dicho en aquel momento. Antes de esto, creo que ligué un golpe muy fuerte que vino a recordarme que nunca debo olvidar de dónde vengo y quién soy, paralelamente podría decirse con una cuestión de amistades, amor y otros demonios. Las salidas se vivían como épocas de gloria, pero cuando te levantabas el domingo y mirabas por la ventana descubrías que nada había cambiado. Los gritos en la casa siguen, la lluvia no para y vos, como siempre, que sabés que no vas a ser aceptado. Ese fue el mejor momento del dos mil diez, porque lo viví con una adrenalina que me recordó viejos momentos, aquellos en los que uno es un joven y cree que puede dominar el mundo entero. Eso me gusta, que me hagan sentir chica, las pequeñas cosas, como siempre digo, es descubrir que soy feliz arriba de un colectivo que va a Vicente López y no gastando trescientos pesos en el bar más top de Recoleta. Pero era también tener esa incertidumbre, era escuchar un tema y recordar que en casa no piensan como yo, y de nuevo entonces, saber que no lo aceptarían. Y eso es doloroso, porque no es el miedo a no ser aceptado, sino la certeza de saber que hay cosas que no van a cambiar. Para variar, tengo el combo completo de factores que odia mi familia, pero como siempre digo, intento hacerme cargo. De esto no pude hacerme cargo, de esto que soy yo verdaderamente no puedo hacerme cargo y es lo que más me destroza por dentro. Es saber que por no hacer sufrir a los demás estoy renunciando a lo que de verdad quiero ser, o por lo menos lo que siento que soy, como siempre digo, no voy a jactarme de hacer lo que quiero sino lo que puedo. Venía bien, la venía careteando, un par de salidas, qué viva el rock, los recitales, los amigos... Pero como todo, se me tuvo que ir de las manos. Y un cabo suelto que lleva a otro, y alguna que otra pregunta incómoda lleva entonces a una nueva salida de emergencia. Como siempre digo, nunca decido lo mejor, sino lo más rápido. Y así fue una vez más, y sigo pagando las consecuencias. Es estar sentada, acostada, tirada, caminando o arriba de un colectivo y pensar que en realidad no soy esto. Fue también imaginarme muchas veces blanqueándolo y saber que era imposible, que con todos mis defectos no soy capaz de generarles semejante daño. Y vamos de nuevo entonces, en el dos mil seis escribía nerviosos papeles que un día dejé al alcance y fueron tema de debate. Eso fue un torpe descuido, aunque como siempre dije también, cuando me pasa algo doy todas las evidencias del caso para que lo noten, pero no funciona. Cada uno en su mundo, en sus problemas, hasta que un tercero viene a decir lo que está pasando dentro de su propia casa. Ya no me avergüenzan, al contrario, pero nunca alejaré de mi mente ese pensamiento, esa angustia de saber que en aquel momento me tenían al lado y no fueron capaces de verlo. De todos modos insisto, lo que pasó, pasó, fue y probablemente se manifieste de nuevo, pero lo más doloroso es saber que no pueden ver mis señales, mis cosas, y peor aún, lo más doloroso es saber que renuncio a lo que soy porque ellos jamás lo aceptarían.
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Me dijiste que pase por acá porque iba a entender tu post, que de hecho lo entiendo a la perfección porque me paso pero con consecuencias diferentes, yo opté por otros caminos y nada, no sé. Te digo.. cagona ? No, vos no sos eso que planteas ahí nena. Sacatelo de la cabeza que afuera hay cosas más lindas, te lo aseguro, deja de perseguirte sin sentido. No intentes darle condimento a comidas crudas.
ResponderEliminarHacete cargo de tus verdaderos problemas, no inventes nuevos.
Saludos meripeace.